-Manuel Perales Solís-
Cuando me dispongo a escribir estas líneas sobre mi tía Pilar Solís Robles, me vienen a la memoria recuerdos de olores intensos a greda y a pintura de aquella habitación de la planta alta de la casa de mis abuelos (una de las más alegres y luminosas, con vistas al patio y a la torre de la Iglesia de La Paz), donde ella se refugiaba muchas tardes para dar forma a sus figuricas. No era su modus vivendi principal, pues nunca vivió de ello, aunque si la recuerde durante unos años empeñada en trabajos de restauración de pequeñas imágenes dañadas que la gente del pueblo le llevaba, sobre todo “niños Jesús”, o “santicos” a los que restauraba con total éxito las zonas dañadas sin cobrar nada a cambio o, a lo más, la voluntad. Pero junto a esa tarea más o menos rutinaria, Pilar, nunca renunció a seguir creando nuevos personajes para su belén familiar y otras muchas pequeñas imágenes, casi siempre de temática religiosa, en las que, a veces, utilizaba como fuente de inspiración los rostros infantiles de sus propios sobrinos. Como todas las personas con grandes virtudes y cualidades, mi tía Pilar nunca presumió de tenerlas y siempre procuró, con esa humildad que le caracterizaba, quitarle todo el mérito a las obras que realizaba, pues siempre pensaba que todavía se podían mejorar aún más.
Pilar Solís Robles hacía el número cinco de los hijos e hijas nacidos/as del matrimonio entre Mateo Solís Rodríguez y Natividad Robles Perales, de un total de ocho. Después, todavía nacerían un niño y dos niñas más: Pedro, Carmen y Rosario, éstas últimas maestras de primaria. Nació en 1923 y pronto se despertó en ella la vocación por la modelación del barro, afición en la que probablemente tuvo mucho que ver la arraigada tradición belenista de la familia Solís-Robles en cuyos “nacimientos” se podía contemplar una interesante muestra de figuras en las que convivían las de estilo hebreo con las de estética costumbristas andaluza. Muchas de esas antiguas “figuricas” habían sido regalos adquiridos en Madrid por un tío de su madre, Juan Perales Fernández “El alabardero”, que llegó a ostentar el rango de capitán de la guardia de la reina regente María Cristina de Habsburgo(1).

Esos belenes de la familia Solís-Robles, se erigieron en alegre espectáculo de notas costumbristas y coloristas que los marmolejeños/as de cualquier edad no podían dejar de contemplar en aquellas noches navideñas de postguerra tras las duras jornadas de recogida de las aceitunas. Pienso que los personajes y los paisajes de aquel belén no eran otra cosa que la fiel imagen de aquellas gentes trabajadoras del campo, que Pilar supo reproducir como nadie, y de los paisajes serranos de nuestro entorno más cercano. Todavía recuerdo cómo llegaban muchos grupos de gentes, cantando alegres villancicos acompañados de bandurrias, acordeones, zambombas construidas con viejos cántaros, carracas, y demás artilugios musicales típicos de esas fiestas, y de cómo mis abuelos correspondían a aquellos animados y acompasados coros poniendo a su disposición espléndidos dulces navideños y el popular resoli, todo ello de fabricación casera.
Es evidente como muchas de las piezas en barro de los primeros belenes de sus padres iban a tener gran influencia en su obra posterior. Pilar comenzó su afición copiando de aquellos modelos, y ya en los años de postguerra, una vez superado el periodo convulso que supuso para su familia la dramática contienda, dio inicio, de forma más o menos continuada, a su auténtica vocación artesana tras su paso por la Escuela de Artes y Oficios de Madrid.
De su primera época contamos con algunas figuras de pastores y pastoras, ataviados/as con vistosas vestimentas de la tradición popular andaluza copiadas de las usadas por las gentes del campo a lo largo del siglo XIX y principios del XX; tipos y personajes a los que ellas trató y conoció dentro de ese mundo rural al que perteneció. A comienzos de la década de los cincuenta recibió la oferta de marchar a Madrid para completar y perfeccionar su formación, hasta entonces autodidacta, en la Escuela de Artes y Oficios de la capital. Esta oportunidad única surgió gracias a la iniciativa de María Rodríguez-Arango, esposa del médico José Perales Jurado quien la animó para marchar a Madrid brindándole la posibilidad de residir en su casa durante el tiempo que durase su formación.
La calidad de las enseñanzas recibidas en la Escuela de Artes y Oficios de la calle La Palma supondría un punto de inflexión en su formación y en la adquisición de una técnica bastante más depurada, circunstancia que quedaría reflejada en sus obras más tardías de las que sobresalen una Inmaculada Concepción de bellas facciones y un “Misterio” para el belén familiar. Durante ese breve periodo en la escuela obtendría una mención especial por uno de sus trabajos, sin policromar, en el que representó la imagen a Don Quijote sobre Rocinante y Sancho Panza sobre su jumento.
Hay que decir que la Escuela de Artes y Oficios creada hacia 1886, fue fundamental en la vida artística española. De sus aulas salieron artistas de la talla de Juan Gris, Pablo Gargallo, Mateo Hernández, Moisés de la Huerta, Joan Miró, Pablo Picasso y un largo etcétera de primeras figuras.
Como hemos apuntado la materia prima utilizada por Pilar fue el barro extraído de una pequeña gredera frente al Pilar del camino del Balneario, que más tarde limpiaba y filtraba para eliminar las impurezas y humedecía para poder modelar con sus manos, nunca con molde. Terminadas las figuras, las dejaba secar lentamente al sol sin aplicar sesiones de horno, aplicándole posteriormente la policromía y una ligera capa de barniz. En la actualidad el paso del tiempo, han dado lugar a que parte de su obra esté necesitada de trabajos de restauración dada la técnica utilizada y la extrema fragilidad del material empleado. Sus figuras constituyen indudablemente un interesante patrimonio digno de ser conocido y preservado. Las que se exhiben a continuación son las únicas que han sobrevivido al paso de los años pero constituyen una muestra muy significativa del conjunto de su obra.


















Notas:
(1) Juan Perales Fernández (1858-1920) fue oficial de alabarderos de la guardia de la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena. El día de la boda de Alfonso XIII con Victoria Eugenia (1906), escoltaba la carroza real y resultó herido de varias metrallas en el atentado que sufrió la pareja real a su vuelta hacia palacio cuando el anarquista Mateo Morral les tiraba una bomba al paso de la comitiva por el número 88 de la calle Mayor de Madrid. Su caballo falleció a consecuencia de la explosión, resultando además muertos tres oficiales y cinco soldados del séquito real, tres personas más en los balcones y otras 14 resultaron heridas.